martes, 8 de octubre de 2013

En el nombre de sus ancestros

Paseábase el hombre por pantanos de sueños, navegando entre la espesa neblina, acechando recuerdos y esquivando pesadillas. Remaba lento por entre los juncos, casi dejándose llevar, hundiendo el remo en las oscuras aguas para acercarse un poco más a aquella fiesta tan divertida o aquel triunfo en el partido de fútbol, evitando con cuidado una golpiza infantil allí, un corazón roto por allá.

Una sensación opresiva se apoderó de él, un destello de conciencia, como si hubiera saltado del sueño a la vigilia sin salir del bote. De alguna forma las visiones, sonidos y olores, que poco antes no eran más que fantasmas en la niebla, se intensificaron, se definieron, se concretaron, así como las reacciones del hombre a los mismos. Se relamió con lentitud el algodón de azúcar de la feria, mezclado con las lágrimas de despedida de la amada y la pólvora y la sangre de su paso por la guerra, para finalizar con la bilis al regresar de combate y encontrarla casada con otro. Aún más intensas se tornaron sus pesadillas, envolviéndolo en un torbellino que lo arrastraba dando vueltas, azotando su rostro con los juncos, perdiendo el remo, haciendo agua el bote. El hombre se debatía contra las tareas de Matemáticas, los deportes en equipo y los deliciosos pero dolorosos robos a la cocina. Recuerdos dulces y amargos se entremezclaron, desdibujando sus fronteras, haciéndolo reír, llorar, temer o amar y, más frecuentemente de lo que quisiera, todas al tiempo.

Temblando, abrumado, el hombre trató de resistirse a las visiones que lo acosaban, que terminaron por arrebatarlo de la frágil embarcación y arrojarlo a la desagradable tibieza del pantano. Allí viscosos tentáculos se enroscaron en sus piernas, trozos de algas impidieron sus manos, mientras visiones indescriptibles invadían sus sentidos. Familiares, amigos, lugares y tiempos conocidos abandonaron al hombre, dejándolo solo a merced de las nuevas pesadillas, en las que terribles seres de aspecto atemorizante ocuparon su lugar.

La poca razón que le quedaba le decía que no había lugar en la realidad para aquellas abominaciones, que aún estaba soñando. Pero esa vocecilla cayó abrumada por sensaciones atávicas, miedos primigenios, recuerdos olvidados hacía millones de años, que se erigían invencibles sobre los restos de lo que creyó que había sido una vida normal. Las profundidades del abismo se entremezclaron con la infinitud del espacio interestelar, revelándole secretos y terrores vedados aún a los más iniciados hombres de ciencia y que ahora recordaba como lecciones básicas, juegos de niños. Despertó cubierto de algas, hojas y ramas a la orilla del pantano. Varios de aquellos monstruos lo miraban desde lejos, una o ambas cabezas ladeadas con curiosidad, mientras uno, agachado a su lado, con sus temibles pinzas retiraba delicadamente los desechos que lo cubrían. Él se debatió débilmente, extendiendo frente a sí en actitud defensiva el par de tenazas más grandes y filosas que hubiera visto en su vida. Sus múltiples ojos se abrieron con sorpresa, para encontrarse de cerca con su benefactor, quien le susurró divertido:


- Y entonces, ¿qué se sintió ser humano?

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