Paseábase
el hombre por pantanos de sueños, navegando entre la espesa neblina, acechando
recuerdos y esquivando pesadillas. Remaba lento por entre los juncos, casi
dejándose llevar, hundiendo el remo en las oscuras aguas para acercarse un poco
más a aquella fiesta tan divertida o aquel triunfo en el partido de fútbol, evitando
con cuidado una golpiza infantil allí, un corazón roto por allá.
Una
sensación opresiva se apoderó de él, un destello de conciencia, como si hubiera
saltado del sueño a la vigilia sin salir del bote. De alguna forma las
visiones, sonidos y olores, que poco antes no eran más que fantasmas en la
niebla, se intensificaron, se definieron, se concretaron, así como las
reacciones del hombre a los mismos. Se relamió con lentitud el algodón de
azúcar de la feria, mezclado con las lágrimas de despedida de la amada y la
pólvora y la sangre de su paso por la guerra, para finalizar con la bilis al
regresar de combate y encontrarla casada con otro. Aún más intensas se tornaron
sus pesadillas, envolviéndolo en un torbellino que lo arrastraba dando vueltas,
azotando su rostro con los juncos, perdiendo el remo, haciendo agua el bote. El
hombre se debatía contra las tareas de Matemáticas, los deportes en equipo y los
deliciosos pero dolorosos robos a la cocina. Recuerdos dulces y amargos se
entremezclaron, desdibujando sus fronteras, haciéndolo reír, llorar, temer o amar
y, más frecuentemente de lo que quisiera, todas al tiempo.
Temblando,
abrumado, el hombre trató de resistirse a las visiones que lo acosaban, que
terminaron por arrebatarlo de la frágil embarcación y arrojarlo a la
desagradable tibieza del pantano. Allí viscosos tentáculos se enroscaron en sus
piernas, trozos de algas impidieron sus manos, mientras visiones
indescriptibles invadían sus sentidos. Familiares, amigos, lugares y tiempos
conocidos abandonaron al hombre, dejándolo solo a merced de las nuevas
pesadillas, en las que terribles seres de aspecto atemorizante ocuparon su
lugar.
La
poca razón que le quedaba le decía que no había lugar en la realidad para
aquellas abominaciones, que aún estaba soñando. Pero esa vocecilla cayó
abrumada por sensaciones atávicas, miedos primigenios, recuerdos olvidados
hacía millones de años, que se erigían invencibles sobre los restos de lo que creyó
que había sido una vida normal. Las profundidades del abismo se entremezclaron
con la infinitud del espacio interestelar, revelándole secretos y terrores
vedados aún a los más iniciados hombres de ciencia y que ahora recordaba como
lecciones básicas, juegos de niños. Despertó cubierto de algas, hojas y ramas a
la orilla del pantano. Varios de aquellos monstruos lo miraban desde lejos, una
o ambas cabezas ladeadas con curiosidad, mientras uno, agachado a su lado, con
sus temibles pinzas retiraba delicadamente los desechos que lo cubrían. Él se
debatió débilmente, extendiendo frente a sí en actitud defensiva el par de
tenazas más grandes y filosas que hubiera visto en su vida. Sus múltiples ojos
se abrieron con sorpresa, para encontrarse de cerca con su benefactor, quien le
susurró divertido:
- Y
entonces, ¿qué se sintió ser humano?