Si tan sólo se limitara a controlar el clima. Pero no. Su hambre insaciable exige el sacrificio constante de amigos, vecinos y familiares. Doña chicharra, que por las noches nos regalaba las historias de su juventud, desapareció enrollada por su lengua viscosa hace dos días. Ayer, mi amigo libélula fue el tributo.
Hoy me toca a mí. Al despuntar el día me convocaron sus emisarios, decreto en mano, aún con el olor de la rosa de la que fue arrancado. "Su Eminencia, Protector del Jardín, Escoria de las Lombrices, el Amadísimo Sapo, convoca a audiencia al Grillo, para que con su sacrificio desinteresado done su vida para el advenimiento de la lluvia sagrada."
¿Sacrificio? ¿Desinteresado? No. Yo no. No pienso entregarle mi vida a ese tirano sin antes marcar en su rostro lo que pienso de él y su falsa magia. No he olvidado cómo el sacrificio de mi madre fue en vano pues no llovió ni una gota. "Le faltó fe", dijeron. Ahora van a ver lo que diré yo.
Ayer encontré un escudo metálico, de esos que usan los gigantes para proteger su néctar. Hace dos días, una lanza rota que antes protegió esos pétalos gigantes donde ellos escriben. He entrenado todo el día y toda la noche. Estoy listo. Hoy acaba el reinado del tirano.
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