jueves, 22 de junio de 2023

Llamador

El llamador recorre las calles del pueblo, veloz y sonoro. La gente se afana, pues saben que no espera a nadie. Se ajustan las últimas corbatas, se acomodan guantes y abanicos. Los pasos se apresuran a seguir el tañido del bronce hacia la misa dominical.

viernes, 14 de abril de 2023

Almendras tostadas

El dragón se acercó con cuidado al castillo, aunque su cautela no bastara para que el suelo del bosque dejara de retumbar con sus pasos. Olfateó con cuidado las torres más altas, cuyas banderas ondearon bajo el cálido aliento. Acercó un ojo a las ventanas del Gran Salón, donde cortesanos temerosos se aglomeraban tratando, con más o menos disimulo, de dejar a sus compatriotas entre ellos y el reptil.

El árbol en cuyo pie se incrustaba el castillo se sacudió con el viento, dejando caer unas cuantas almendras. Con un par de saltitos el dragón se acercó a los frutos, casi tan grandes como su cabeza, y con una llamarada rostizó unos cuantos. Llevó dos hasta el gran portón del castillo, donde se acomodó en el suelo a comer uno haciendo ruiditos de satisfacción. Después de un momento, empujó la otra almendra con el hocico hacia la puerta. Esperaba que sus nuevos amigos tuvieran hambre.

Teletrabajo

Aunque dijeran que no se sentía nada al cruzar, él percibía claramente el aire denso y contaminado, el horizonte desdibujado, el silencio opresor.
Pero bueno, trabajo es trabajo. Alguien tenía que ayudar a limpiar el siglo XXV.

martes, 8 de octubre de 2013

En el nombre de sus ancestros

Paseábase el hombre por pantanos de sueños, navegando entre la espesa neblina, acechando recuerdos y esquivando pesadillas. Remaba lento por entre los juncos, casi dejándose llevar, hundiendo el remo en las oscuras aguas para acercarse un poco más a aquella fiesta tan divertida o aquel triunfo en el partido de fútbol, evitando con cuidado una golpiza infantil allí, un corazón roto por allá.

Una sensación opresiva se apoderó de él, un destello de conciencia, como si hubiera saltado del sueño a la vigilia sin salir del bote. De alguna forma las visiones, sonidos y olores, que poco antes no eran más que fantasmas en la niebla, se intensificaron, se definieron, se concretaron, así como las reacciones del hombre a los mismos. Se relamió con lentitud el algodón de azúcar de la feria, mezclado con las lágrimas de despedida de la amada y la pólvora y la sangre de su paso por la guerra, para finalizar con la bilis al regresar de combate y encontrarla casada con otro. Aún más intensas se tornaron sus pesadillas, envolviéndolo en un torbellino que lo arrastraba dando vueltas, azotando su rostro con los juncos, perdiendo el remo, haciendo agua el bote. El hombre se debatía contra las tareas de Matemáticas, los deportes en equipo y los deliciosos pero dolorosos robos a la cocina. Recuerdos dulces y amargos se entremezclaron, desdibujando sus fronteras, haciéndolo reír, llorar, temer o amar y, más frecuentemente de lo que quisiera, todas al tiempo.

Temblando, abrumado, el hombre trató de resistirse a las visiones que lo acosaban, que terminaron por arrebatarlo de la frágil embarcación y arrojarlo a la desagradable tibieza del pantano. Allí viscosos tentáculos se enroscaron en sus piernas, trozos de algas impidieron sus manos, mientras visiones indescriptibles invadían sus sentidos. Familiares, amigos, lugares y tiempos conocidos abandonaron al hombre, dejándolo solo a merced de las nuevas pesadillas, en las que terribles seres de aspecto atemorizante ocuparon su lugar.

La poca razón que le quedaba le decía que no había lugar en la realidad para aquellas abominaciones, que aún estaba soñando. Pero esa vocecilla cayó abrumada por sensaciones atávicas, miedos primigenios, recuerdos olvidados hacía millones de años, que se erigían invencibles sobre los restos de lo que creyó que había sido una vida normal. Las profundidades del abismo se entremezclaron con la infinitud del espacio interestelar, revelándole secretos y terrores vedados aún a los más iniciados hombres de ciencia y que ahora recordaba como lecciones básicas, juegos de niños. Despertó cubierto de algas, hojas y ramas a la orilla del pantano. Varios de aquellos monstruos lo miraban desde lejos, una o ambas cabezas ladeadas con curiosidad, mientras uno, agachado a su lado, con sus temibles pinzas retiraba delicadamente los desechos que lo cubrían. Él se debatió débilmente, extendiendo frente a sí en actitud defensiva el par de tenazas más grandes y filosas que hubiera visto en su vida. Sus múltiples ojos se abrieron con sorpresa, para encontrarse de cerca con su benefactor, quien le susurró divertido:


- Y entonces, ¿qué se sintió ser humano?

viernes, 23 de agosto de 2013

Blanca como la nieve...

Cuando vi a esa muchacha cruzar la calle justo delante de mí no pude menos que pasmarme con su pura, absoluta, indiscutible e infinita belleza y, sin pensarlo dos veces, frené en seco en la esquina, salí del carro lo más aprisa que pude y la seguí en busca de la menor oportunidad.

El carro, el trabajo, el horario de oficina se fueron al diablo. Lo único en mi mente era ella. Sabía que tenía que ser ella. No tardé mucho en alcanzarla. El saludo de siempre bastó; con la suficiente efusividad como para engañarla tanto a ella como a cualquier posible observador y, lo más importante, darme los escasos segundos que necesitaba. Un leve toque en el cuello: una caricia de amistad para cualquiera, la inconsciencia para ella, la victoria para mí.

Con el tiempo me he convertido en una experta en esto. Total, nadie sospecha de mis rápidos reflejos para sostenerla antes de que caiga ni de la expresión de desamparo que ostento una vez ha caído.

Ya no utilizo venenos. He aprendido, de una amarga experiencia, que no suelen surtir los efectos deseados. Aún así, y a pesar de mí misma, me niego a estropear la angelical belleza de mis víctimas. Y si no, ¿para qué está la tecnología? Tampoco uso disfraces. La actuación requiere demasiado esfuerzo. Así como encontré el nervio exacto para producir la inconsciencia, también encontré uno que produce la muerte. Un par de electrodos con suficiente voltaje, y ya está.


Ahora estoy de pie frente a su tumba con una rosa blanca en la mano. No puedo evitar ser una romántica y hacer este sencillo homenaje a su marchita belleza. Y a su mortalidad. Porque estoy condenada a vivir por siempre y a despertar agitada a media noche y correr hacia mi espejo para escucharlo decir una vez más: “Tú eres ahora la más bella”.

jueves, 11 de julio de 2013

Goulash de Shoggoth



Para 5, 7 o 13 personas.

Píquese finamente cebolla, ajo y cilantro y sofría en mantequilla. Agregue caldo de yith y sal al gusto. Adicione con cuidado el shoggoth fresco, cortado en cubos de una pulgada. Bañe con salsa de soya y jugo de et’spek y remueva hasta que quede bien sellado, sin dejar que se reseque o pierda jugos. Distribuya el shoggoth uniformemente en una refractaria, acompañándolo con bulbos de Duluth bien cocidos. Bañe con la salsa y espolvoree polvo de bizcocho con finas hierbas. Lleve al horno, previamente precalentado. Vigile que la temperatura del horno no sea demasiado elevada, porque el shoggoth es muy sensible al fuego y podría arruinarse.

"¡La próxima vez lo cocina usted!"


Una vez listo, retírese del horno y deje enfriar a temperatura ambiente. Puede conservarse refrigerado hasta mil años, congelado hasta 7500. Consúmase frío, en el centro de un Círculo de Korim trazado con sal alrededor de los comensales, acompañado por vino caliente de Kadath. De ser necesario, pueden sustituirse los ingredientes por carne de res, jugo de mandarina y papas, pero pierde su eficacia en la invocación a los Dioses Antiguos, aunque los comensales sólo notarán la diferencia al lograr finalizar la cena con vida.

domingo, 4 de noviembre de 2012

De esas cosas que uno se acuerda

No levantaba mucho la mirada. no porque encontrara una extraña fascinación en los cuadros de mi uniforme, o llevara un cordón desatado, sino por el reto que representaba el caminar de la mano de mi madre entre el mar de piernas que era la Avenida Oriental un viernes en la tarde.

La pastelería quedaba al lado del banco. Allí, entre las fragancias a pastel de queso, milhojas y arequipe esperábamos el bus de regreso a casa,bajo la grave advertencia materna de no acercarme a las púas que adornaban la ventana del banco, sucias y filosas.

Sin alzar la mirada del suelo, apoyé las manos en el muro, impulsándome para sentarme en él. Sin embargo, justo cuando ya alcanzaba, un tirón en brazo me anunció la llegada del bus. Pasé bajo la registradora, como de costumbre, y cuando alcé la vista me crucé con la expresión aterrorizada de una señora, la mirada fija en la camisa blanca de mi uniforme.

Me había equivocado de ventana, las largas púas del banco habían roto mi piel y ahora tenía que decirle a mi madre que había arruinado otra camisa.