El dragón se acercó con cuidado al castillo, aunque su cautela no bastara para que el suelo del bosque dejara de retumbar con sus pasos. Olfateó con cuidado las torres más altas, cuyas banderas ondearon bajo el cálido aliento. Acercó un ojo a las ventanas del Gran Salón, donde cortesanos temerosos se aglomeraban tratando, con más o menos disimulo, de dejar a sus compatriotas entre ellos y el reptil.
El árbol en cuyo pie se incrustaba el castillo se sacudió con el viento, dejando caer unas cuantas almendras. Con un par de saltitos el dragón se acercó a los frutos, casi tan grandes como su cabeza, y con una llamarada rostizó unos cuantos. Llevó dos hasta el gran portón del castillo, donde se acomodó en el suelo a comer uno haciendo ruiditos de satisfacción. Después de un momento, empujó la otra almendra con el hocico hacia la puerta. Esperaba que sus nuevos amigos tuvieran hambre.
El árbol en cuyo pie se incrustaba el castillo se sacudió con el viento, dejando caer unas cuantas almendras. Con un par de saltitos el dragón se acercó a los frutos, casi tan grandes como su cabeza, y con una llamarada rostizó unos cuantos. Llevó dos hasta el gran portón del castillo, donde se acomodó en el suelo a comer uno haciendo ruiditos de satisfacción. Después de un momento, empujó la otra almendra con el hocico hacia la puerta. Esperaba que sus nuevos amigos tuvieran hambre.
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